Enganchado al sexo en Internet

Cuando en el 1988, me casé con mi tercera esposa, estaba todavía enganchado a la lujuria.

Eventualmente apareció Internet y quedé enganchado a los chats con mujeres. Inocentemente al inicio (eso creí) y luego seguí avanzando hacia cosas peores. Invertí grandes cantidades de horas cultivando relaciones en el chat. Me consideraba un tipo honesto, buena gente para estas mujeres, pero en realidad las estaba utilizando para mi propio placer egoísta. Mi esposa viajaba por trabajo, así que tenía bastante tiempo para mis «jueguecitos» en Internet. Yo tenía mi propio negocio así que podía pasar todas las ocho horas de trabajo con mis ciber-amigas en el chat.

Estaba totalmente consumido por la lujuria. No podía parar. Había quedado enganchado al sexo en Internet. Había construido un dúplex con dos cuartos dentro de mi cabeza. En uno vivía el esposo, padre, tesorero y músico de la iglesia. En el otro lado estaba el adicto al ciber-sexo que no tenía ninguna esperanza. Había una pared en medio y era muy bueno para no dejar ningún escape entre los dos cuartos, pero en un cierto punto mi enfermedad me abrumó.

Mi vida empezaba cada noche apenas apagaba las luces. Mi mente corroída por la lujuria digería todas las toxinas que hubiera recogido de Internet aquel día. Mi enfermedad empeoraba. Había evolucionado desde amigas virtuales en Internet hasta amigas reales. Así tuve una relación con una de mis clientes y mi insanidad se puso en marcha. «No me siento culpable» me decía a mí mismo. Quería más, quería liberarme de mi matrimonio para poder dar rienda suelta a la lujuria sin la culpa del adulterio martillando mi cabeza.

Una mañana pedí el divorcio a mi esposa. Ella insistió en hablar, aquel día hablamos y rezamos mucho, y al día siguiente amanecí sintiendo la presencia de Dios. Él había estado siempre junto a mí todo el tiempo. Era yo quien le di la espalda. Desde aquella primera experiencia espiritual, mi vida empezó a mejorar. Empecé asistir a las reuniones de SA y conseguí un padrino. Comencé a trabajar los Doce Pasos y a apadrinar a otros, y el milagro sucedió. Dios me ha mantenido sobrio desde entonces. Y Dios ha estado obrando milagros en mi matrimonio desde entonces. El próximo año mi esposa y yo celebraremos nuestro vigésimo aniversario. A través de este programa, hemos empezado a aprender lo que necesitamos para construir una relación sana.