Cuando interrumpimos nuestras conductas adictivas habituales y somos capaces de mantenernos sobrios durante un cierto periodo de tiempo, descubrimos que aunque no cedamos a nuestras compulsiones, las obsesiones todavía nos persiguen, aunque a veces puedan desaparecer durante un tiempo. La lujuria, tal como lo hemos comprobado, puede adoptar muchos disfraces, y a medida que avanza la sobriedad aprendemos a reconocerlos. Para una persona, la lujuria puede consistir en desear a alguien. Para otra, en la obsesión con que la deseen. Para otra, se puede presentar como una necesidad sexual o emocional desesperada de alguien. En cualquier caso, es nuestra actitud interna la que constituye el problema, y el trabajo que corresponde a nuestra recuperación ulterior consiste en un cambio de actitud y en la victoria progresiva sobre la lujuria.

La lujuria sólo cede ante el trabajo lento y paciente del programa en compañía de otros que hacen lo mismo. Esta es una de las razones por la que necesitamos permanentemente la fraternidad de la sobriedad. Las recompensas son infinitas y nos proporcionan la auténtica libertad que siempre hemos anhelado.
En el siguiente texto, un miembro nos cuenta cómo venció la obsesión que tenía con la lujuria. Estas sugerencias nos han ayudado a muchos a mantenernos sobrios y han resultado útiles para vencer la lujuria y las tentaciones.

COMO VENCÍ MI OBSESIÓN CON LA LUJURIA
¿Cómo la vencí? No fui yo. Una mujer de AA, después de intervenir en una reunión, me dijo citando el capítulo quinto de Alcohólicos Anónimos que «Dios podía y lo haría si lo buscábamos». Así fue como lo conseguí. Permitiéndole a Dios que lo hiciera, ya que yo no podía. Pero Dios podía y lo haría—y así sucedió—. Pero tuve que asistir a las reuniones y aprender cosas como esas. «Reuniones, reuniones, reuniones, reuniones». Eso fue lo que me decían. «Sigue trayendo el cuerpo». «Trabaja los pasos, trabaja los pasos, trabaja los pasos». Yendo a las reuniones y trabajando los pasos; de este modo lo logré. Así fue como aprendí a dejar que la gracia de Dios penetrara en mí y eliminara la obsesión. Paso a relatar las conductas que me ayudaron:

1. Dejar de practicar la compulsión. Interrumpí mis actividades sexuales adictivas en todas y cada una de sus formas, incluidos los actos sexuales conmigo mismo y las relaciones sexuales fuera del matrimonio. La obsesión con la lujuria no disminuye si sigo practicando conductas lujuriosas.

2. Dejar de satisfacer la obsesión. Esto significaba eliminar dentro de mi esfera de control todos los materiales impresos y visuales y otros símbolos de mi tiranía. Tenía que dejar de satisfacer a la lujuria en las miradas, en el uso de la televisión, de las películas y de la música, y dejar de utilizar y de escuchar el lenguaje de la lujuria.

También tenía que dejar de vivir exclusiva y permanentemente encerrado en mí mismo. Eso era una de las ventajas que proporcionaba el asistir a muchas reuniones. La mayoría de nosotros vivimos encerrados en nosotros mismos, rara vez estamos en el mundo real.

3. Participar en la fraternidad del programa. No conozco a nadie que pueda permanecer sobrio y libre de la obsesión con la lujuria sin la ayuda de otros adictos. Yo no pude. La fraternidad es donde tiene lugar la acción, donde está la magia, donde se establece la Conexión, donde nos sentimos parte de algo.siluetas-de-multitud-de-gente-con-rayos-de-sol_1048-947

Al principio, lo único que era capaz de hacer era asistir a las reuniones. Más tarde seguí el consejo que me habían dado de participar en la mecánica de las mismas: colocar las sillas, limpiar, ocupar puestos tales como los de encargado de las publicaciones, tesorero o secretario. El hecho de participar hizo que me sintiera parte integrante de algo, en vez de estar aparte de todo- mi eterno problema. Más tarde fui capaz de salir a tomar café, comencé a tratar a los miembros de forma individual, e inicié el molesto pero necesario proceso de mejorar relacionándome y abriéndome a otros fuera de las reuniones.

4. Admitir que era impotente. Al comienzo del todo, cuando la compulsión me arrastraba a la acción, lo único que era capaz de hacer era gritar: «Soy impotente; por favor, ayúdame.» A veces hasta cien veces al día. A medida que comencé a experimentar el primer paso a fondo, la palabra impotencia se convirtió para mí en la más hermosa del vocabulario. Todavía lo es. Más tarde descubrí que era impotente frente a mí mismo.

Cuanto más combatía a la lujuria, más se resistía y contraatacaba; mi fuerza de voluntad parecía incrementar el poder de la lujuria en vez de mantenerla a raya. La lectura del primer paso del Doce y doce me ayudó a comprender que mi impotencia era «la base firme sobre la que se podían construir vidas felices y plenas» (pág. 19). Finalmente, dejé de intentar parar. Sólo admitiendo a otros miembros el poder que la lujuria tenía sobre mí era capaz de recibir el poder necesario para vencerla.

5. Rendirme. Si no nos hemos rendido, la mera admisión de impotencia no nos ayuda a contactar con nuestro Poder Superior. En mi caso, al principio, admití mi derrota y capitulación al grupo a cuyas reuniones asistía y me puse en sus manos. Esto implicaba acudir a las reuniones y ser lo más sincero, abierto de mente, y adoptar la mejor disposición posible. De esta forma llegué a experimentar el segundo paso y a tener la esperanza de que un Poder superior a mí me devolvería el sano juicio. Esto preparó el camino hacia la rendición que más tarde tendría lugar en el paso tercero, y esta rendición consistiría en ponerme en manos de Dios tal como Lo concebimos.

En lo que a mi lujuria respecta, sabía exactamente lo que para mí significaba rendirme y qué era lo que tenía que hacer. Cada vez que tenía alguna tentación, procedente de mi interior o del exterior, decía: «Renuncio a la oportunidad que tengo de desear a esta persona; por favor, libérame de este deseo.» Y tal como lo afirma «Dios podía y lo haría…», así sucedió. Puede que haya sentido algún malestar o miedo, y puede que haya tenido que repetir el acto de rendición varias veces, pero me da buenos resultados. Al principio estaba asustado, pero continuaba sobrio, y paulatinamente, a medida que iba superando las tentaciones, me iba resultando más fácil.

6. Sacar a la luz lo que hay en nuestro interior. Cuando comencé a ver que por lo que parecía nunca me curaría de la posibilidad de desear con lujuria, me vi obligado a incorporar los otros pasos a mi vida. Los pasos cuarto y quinto me brindaron la posibilidad de examinarme críticamente. Esto fue probablemente el cambio de actitud más importante en el primer periodo de mi recuperación.

Pero tuve que continuar realizando mini-inventarios con la lujuria, tal como se sugiere en los pasos quinto y décimo. Cuando veía que alguna experiencia, imagen, recuerdo, o pensamiento se apoderaba de mí, tal como a menudo sucedía, lo sacaba a la luz comentándoselo a otra persona del programa. Los exponía al aire y a la luz del sol. La lujuria odia la luz y huye de la misma. Ama los escondrijos oscuros de mi ser. Una vez que permito que se acomode ahí, se reproduce como los hongos. Pero en cuanto la expongo a la luz, mostrándosela a otro sexólico en recuperación, pierde el poder que sobre mí ejercía. La luz mata la lujuria. Actuaba así en casos concretos, no con generalidades. A veces implicaba robarle a alguien su tiempo, pero me purificaba y me mantenía sobrio. Cada vez que lo hablaba con alguien con actitud de rendición, el poder que esa experiencia o recuerdo ejercía sobre mí desaparecía. Otro descubrimiento nuevo e importante.

7. Confiar. Cuando ya iba siendo capaz de vivir libre de la lujuria, e iba confiando cada vez más en el poder de Dios para vencer la obsesión, adquirí la costumbre de comenzar el día con una oración en la que, durante ese periodo de veinticuatro horas, ponía mi lujuria y me ponía a mí mismo en las manos de Dios. Esto quería decir que estaba aprendiendo a vivir sin la lujuria y que quería sinceramente liberarme de la misma. Ahora comienzo el día con la oración del tercer paso (de Alcohólicos Anónimos, pág. 59), cambiando algunas palabras para que se adecuen a mi caso personal. Es más o menos así:

«Te ruego que me mantengas sobrio y me protejas de la lujuria hoy, porque solo yo no puedo…En este día te ofrezco mi voluntad y mi vida, para que obres en mí según tus deseos. Libérame de la servidumbre del ego, para que pueda cumplir mejor tu voluntad. Elimina los obstáculos que haya en mi camino y haz que mi victoria sobre los mismos sea un testimonio para aquellos que con el apoyo de tu fortaleza, de tu amor y de la puesta en práctica de tu forma de vida, reciban mi ayuda. Concédeme hoy lo que necesite. Hágase tu voluntad y no la mía».

8. Utilizar las publicaciones del programa. El Doce y doce y Alcohólicos Anónimos fueron mis primeras guías en el trabajo de los pasos. Siempre encontré lo que necesitaba en esos documentos fundacionales del programa de los doce pasos. Muchos de nosotros descubrimos que trabajar los principios descritos en nuestras publicaciones ensancha el horizonte de nuestra sobriedad y es muy útil. Al utilizarlos aprovechando la soledad y el recogimiento de nuestros momentos de tranquilidad, enriquecemos la visión que tenemos de nosotros mismos y de nuestra recuperación, de acuerdo con nuestra realidad y circunstancias.

9. Trabajar los otros defectos. Descubrí para mi sorpresa que la lujuria no era mi problema fundamental. Era sólo un síntoma más de mi enfermedad espiritual subyacente- mis actitudes enfermizas. La lujuria era sólo una manifestación más de esta enorme fuerza negativa que yacía en mi interior y que trataba de irrumpir de la forma que fuera. Tan pronto como la lujuria comenzaba a disminuir, aparecía el resentimiento. Más tarde el miedo. Después el espíritu crítico y de condena. Era como intentar taponar el agujero de una presa. Mientras tratas de tapar una grieta, se abre una nueva en otro lugar, porque hay una masa enorme de agua tras la presa, y la presión que ejerce hará que se desborde por el punto más débil.

Esta masa enorme de agua es mi lado destructivo y negativo. Y el grado en el que puedo conectar con la fuerza positiva (Dios) revela la medida en la que estoy desconectado de la parte negativa en cualquiera de sus formas. Gracias a Dios, hoy soy libre y capaz de decidir qué es lo que quiero.

La consecuencia más positiva de tener que trabajar mis defectos para liberarme de la obsesión con la lujuria es la posibilidad de conectar finalmente con la vida. Pero no puedo liberarme de una obsesión mientras estoy ebrio de otra. No puedo estar libre de la lujuria mientras me encuentro borracho de resentimientos, etcétera. Asistí a reuniones de estudio de los pasos para conocer los métodos que otros utilizaban para superar sus defectos. Me dijeron que una de las mejores formas de cortar de raíz los resentimientos es rezar por la persona a la que guardo rencor. Pide para ellos lo que quieres para tí, me recomendaron. ¡Me dio resultado! La primera persona que me ayudó a alcanzar la sobriedad fue objeto de innumerables oraciones diarias. Al parecer no le beneficiaron mucho (¿quién sabe?), pero a mí me impidieron caer en la trampa del resentimiento.

10. Aprender a dar en vez de recibir. Esta técnica también daba buenos resultados con la lujuria. Cuando capto una imagen apetecible de refilón, en vez de dejarme llevar por el impulso que me arrastraba a mirar y beber, rezaba por esa persona y continuaba mi camino sin mirarla. Podía ser un simple: «Dios la bendiga y le proporcione lo que necesite». O dependiendo de la intensidad del estímulo lujurioso, podía ser más ferviente: «Dios la bendiga y le ayude; hágase Su voluntad en su vida».saplus

Comencé a hacer lo mismo con las modelos de los anuncios que ejercían un poder semejante sobre mí. Cuando actúo de esta forma, me siento mejor y recibo algo que es limpio, fuerte, libre y bueno. De alguna manera, me convierto en un canal transmisor del bien, en vez de abrirle un conducto a la lujuria a través del cual penetre la maldad. El grado en el que bebo de esa imagen indica en qué medida soy esclavo de la misma; la medida en la que doy de mí a otro es la medida en la que me libero de su poder. Además…resulta mucho más fácil conseguir la victoria dando que intentándolo a través del fastidioso y mortificante recurso a la fuerza de voluntad.

Haz la prueba alguna vez: no puedes desear con lujuria a alguien por quien rezas de este modo. He aquí una experiencia tal como la relata una mujer de SA:

«Recuerdo al comienzo de mi sobriedad un vídeo muy sugestivo en unos grandes almacenes. Sentí una atracción irresistible, y sin darme cuenta de lo que me había pasado, esa imagen se apoderó de mí. Comencé a rezar una y otra vez por esa cantante. El resultado fue increíble. Desde entonces lo he hecho muchas veces, y siempre me da buenos resultados

Esta acción puede servir para enmendar de forma indirecta los daños causados a todos los objetos anónimos de mi lujuria y de mis actos sexuales- esos extraños a los que ayudé a consolidar su forma de vida destructiva. Parece ser una ley natural del universo: recibo en la medida que doy.

11. Elegir un padrino de SA. Necesitaba a alguien que tuviera una visión de mí más objetiva que la que yo tenía, aunque esa persona tuviera también sus propios defectos. (Cada vez que me decidía por un padrino encontraba que tenía defectos lo suficientemente grandes como para justificar mi rechazo si hubiera querido buscar una excusa). Lo que me daba mejor resultado era pedir ayuda y seguir sus instrucciones. Establecimos un contacto regular y hacía lo que me decía. Esto me transformó en una persona dispuesta a aprender y me evitó muchos sufrimientos y pérdida de tiempo.

12. Buscar amigos del programa. El sexolismo me había impedido disfrutar de la verdadera intimidad. Me había convertido en un ser solitario, incapaz de dar y de recibir amor. Para recuperarme tuve que dejar de aislarme y comenzar a tratar a la gente. Pero no sabía cómo hacerlo. Al principio, para mantenerme sobrio, me vi forzado a hacer algunas llamadas telefónicas. Después, a medida que le contaba a otros mis tribulaciones y ellos me hablaban de sus problemas, se fue creando un vínculo entre nosotros. Compañeros de sobriedad- ¡qué alegría! Contribuyó a que ese mundo interior, tan gris y solitario, del ego aislado se transformara en la luz radiante de los tiempos alegres que pasábamos juntos. La victoria sobre la lujuria no era la aburrida y deprimente experiencia que yo me temía. Comenzaba a contactar con la vida y a sentir brotes de gozo. Comenzaba a adquirir lo que la lujuria en realidad había estado buscando. No puedo liberarme de la tiranía de mis deseos lujuriosos y disfrutar de la experiencia de la liberación interior sin este contacto con lo real.

13. Transmitir el mensaje de mi recuperación. Al principio, comencé cautelosamente a hablar de mi obsesión sexual y de mi deseo de recuperación a los que en sus alusiones dejaban traslucir tener problemas semejantes. No sabía que esto era parte del paso duodécimo. Lo hacía porque quería. Después comencé a transmitir la verdad de mi propia experiencia en otras reuniones a las que asistía. Muy pocos respondían, pero el caso es que a mí me ayudaba.

Bill W. de AA solía decir que el paso duodécimo «exige poco dinero y mucho tiempo». Descubrí que estar dispuesto a emplear una fracción del tiempo y del dinero que había empleado en mi adicción, en transmitir el mensaje de recuperación, me ayudaba a mantenerme sobrio. Cuando doy desinteresadamente así de mi tiempo y de lo que tengo, recibo los valiosísimos dones de la liberación de la lujuria, además de alegría y serenidad. En el transcurso de este proceso, he dado los primeros pasos vacilantes e inseguros en el aprendizaje de cómo amar a otro ser humano. No podía pedir mejor recompensa.

14. Realizar actos de amor. La sobriedad negativa -limitarme a no hacerlo- termina en fracaso al cabo de cierto tiempo. Eso fue lo que conocí durante muchos meses, y ese es el motivo por el que un día, sin tener ningún problema concreto y después de haberle dicho a un antiguo compañero de enseñanza secundaria que era un borracho de sexo recuperado, comencé mi viaje de regreso a la adicción. No sabía lo que me había ocurrido. No fue un pequeño desliz. Fue una auténtica caída. Caí con todo el equipo.

El aspecto más crucial de mi recuperación es que fracasaré a menos que encuentre lo que mi lujuria en realidad está buscando. Interrumpir lo negativo sin conectar con lo positivo no sirve de nada. Para los sexólicos como yo nuestra opción es el todo o la nada. «Andarnos con medias tintas no nos sirvió de nada» dice Alcohólicos Anónimos en la página 59. Y en mi caso es verdad.

La gente del programa me enseñó que los pensamientos adecuados nunca producen las acciones adecuadas, pero que si realizo las acciones correspondientes, los pensamientos y los sentimientos adecuados vienen a continuación. Durante mi sobriedad sexual descubrí que sólo me sentía inclinado a tocar a mi esposa de forma sensual, erótica o sexual. Nunca la había tocado como persona, de forma espiritual, podríamos decir. Pero me di cuenta que si realizaba la acción de tocarla como persona, el deseo de hacerlo se producía a continuación. Nunca podré olvidar la primera vez cuando, ya sobrio, después de todo ese caos y de una separación horrible, un día fui capaz de mirarle a los ojos, de extender la mano, tocarle el brazo y darle las gracias. ¡De qué manera esa conexión hizo fluir la fuerza del amor! Después de haber realizado esa acción los ojos se me llenaron de lágrimas.

En otra ocasión, mi esposa había preparado sopa, pero las emociones negativas se habían apoderado de mí y me dirigía hacia la puerta, sin saber adónde iría a continuación. Me detuve  el tiempo suficiente para llamar a mi padrino que me recordó bruscamente que era domingo y que estaba ocupado (ninguno de mis padrinos pretendieron ser santos). En diez segundos identificó el “problema” (la obsesión conmigo mismo) y después de decirme: «Siéntate y tómate la sopa» me colgó el teléfono. Me senté sin pensarlo, mecánicamente, y tomé la sopa que ella me había preparado. El ansia terrible de tener que salir corriendo desapareció. Llevé a cabo la acción, y los sentimientos surgieron a continuación.

La oportunidad más grande de practicar el amor no es en las reuniones, sino en el hogar. Ese es el lugar en el que me resulta más difícil. Es mucho más fácil para mí rezar por las prostitutas y los otros miembros de SA que realizar actos de amor para con mi esposa e hijos. Pero tengo que hacerlo si quiero dar el salto a la vida. ¡Y yo quiero vivir!

Otro acto de amor que produce resultados sorprendentes es el de rezar por mi esposa; pedir para ella lo mejor. Está relacionado con uno de los temas antes citados, el de la práctica de dar en vez de la de tomar. Desde que limité mis actividades sexuales a las relaciones con mi esposa, descubrí, al redactar mi inventario, que mi dependencia de ella era enfermiza. En consecuencia, para poder eliminar dicha dependencia, me abstuve con su consentimiento de toda actividad sexual con ella durante un período de tiempo considerable.

Más tarde, llegué a la conclusión de que tenía que estar dispuesto a prescindir por completo de sexo mientras mi dependencia estuviera todavía afectada por alguna forma de «intercambio de afecto por sexo». «Con esposa o sin ella, no dejaremos de beber mientras dependamos más de otras personas que de Dios.» (Alcohólicos Anónimos, pág. 91).

Por lo tanto, cada vez que experimentaba algún sentimiento negativo hacía mi esposa, rezaba por ella. Lo hacía aunque no me apeteciera. Me daba muy buenos resultados. Tengo que estar siempre dispuesto a renunciar al resentimiento y a perdonar. Para casos como este, los pasos sexto y séptimo nos vienen como anillo al dedo.

15. Reconocer y satisfacer mi sed de Dios. A medida que adquiría un nuevo estado de conciencia, comencé a presentir que mi impulso más importante no era ni hacia el sexo, ni el de acaparar poder, ni hacia cualquier otra cosa que se me ocurriera, sino mi sed espiritual -el ansia de Dios, mi necesidad del mismo Dios. Al parecer, lo que busco en estas borracheras visuales de lujuria mientras camino por las fascinantes avenidas del mundo es un contacto, una conexión. Lo que quiero en realidad es establecer el gran Contacto con la fuente de mi vida. Y para mí como enfermo, la Mujer es la fuente de mi vida, mi dios. La lujuria me engaña y me hace creer que no puedo vivir sin ella, cuando en realidad lo que no puedo es vivir sin Dios.

Así, otra técnica que uso y que me da muy buenos resultados en el momento de la tentación es pedir—antes de volver la cabeza y beber—»Sea lo que sea aquello que busco ahora, permíteme encontrarlo en Ti». Cada vez que una persona me atrae, repito una y otra vez esta oración. Me da muy buenos resultados. ¿Hay acaso otro modo mejor de practicar el paso undécimo?

Este principio de sustituir las tentaciones por la oración da buenos resultados con todas mis emociones negativas. La presencia divina penetra en el lugar que la lujuria, el resentimiento, el miedo o el juzgar a otro ocupaban en mi mente y lo llena. Sustituyo lo irreal por lo Real. Recurro a Dios en esas situaciones. Cerrar los ojos me ayuda.

16. Expulsar la lujuria y las tentaciones de mi interior. Hay ciertas épocas en las que me da la impresión de que camino a través de un campo de minas, con todo tipo de cargas explotando a mi alrededor. Su severidad y persistencia hacía que me preguntara si no estaba sufriendo un ataque. En ocasiones semejantes, he llegado al extremo de expulsarlas oralmente de mi interior, como si se tratase de una presencia maligna y extraña, y recurriendo, no a mi propio poder o autoridad, sino al de mi Poder Superior. No estoy seguro de comprenderlo, y tampoco le doy demasiada importancia, pero me ha dado buenos resultados, especialmente cuando me daba la impresión que estaba a merced de los acontecimientos. Más tarde, en el transcurso de los años, he oído a otros miembros contar experiencias semejantes.

17. Buscar refugio en Dios. Invoco a menudo la presencia de Dios para protegerme, a modo de escudo, de mi propia lujuria o emociones, o de la lujuria o emociones de los demás. Tan pronto como me siento abrumado o veo la imagen de refilón y me entran deseos de volver la cabeza y beber, digo: «Recurro a Tu presencia para protegerme de mi lujuria (o de lo que sea).» Pero, ¡tengo que ser yo el que sujete y levante ese escudo! Tengo que acudir a Dios en búsqueda de protección.

Otro mensaje que Le envié hoy, después de algunos años de sobriedad es más o menos: «Rechazo esta lujuria (u otra emoción o actitud negativa); quiero que tú Te hagas cargo de ella.» Cada vez que lo hago, da buenos resultados, pero primero tengo que renunciar a la misma.

18. Mirar a la lujuria a los ojos. Estoy aprendiendo una forma nueva de resistir a las tentaciones que sufro durante el día para evitar que reaparezcan y me ataquen mientras duermo. He observado que a veces puedo, durante el día, en vez de renunciar de verdad a la lujuria, recurrir a la fuerza de voluntad para arrinconarla en algún lugar fuera de mi vista. A veces, después de haber hecho esto, la lujuria regresa en forma de sueños eróticos y lo hace de un modo tal, que me daba cuenta perfecta de que podía sucumbir a la adicción en sueños, sin necesidad de tocarme para nada, y sabiendo que tenía la opción y la libertad de no hacerlo. ¡Llama la atención lo poderosas y terribles son esas tentaciones!

Estoy tan harto de verme en situaciones límites, que he decidido tomar medidas preventivas. Antes de irme a dormir, repaso de forma deliberada todas las tentaciones con que la lujuria me asedió durante el día, y miro a las personas de frente. Expongo cada persona a la luz, ante Dios, y en actitud de rendición, admito mi impotencia ante la lujuria. Digo: «Conoces mi corazón, cuánto deseo sumergirme en la lujuria. A ti te la entrego. Ven y vence a mi lujuria. La rechazo, no quiero tener ninguna relación con ella—sea consciente o inconscientemente—. Quiero que tú te hagas cargo de ella. Por favor, ayúdame a mantenerme sobrio de toda mi lujuria esta noche». A menudo añado una oración por la persona objeto de la tentación, para así salir de mí mismo en actitud de dar. Es mi forma de mantenerme puro a nivel inconsciente. Es la forma en la que supero el miedo a la caída durante el sueño.

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RESUMEN

Estas diferentes formas de combatir la lujuria requieren práctica, pero son muy eficaces. Para programarme a mí mismo para la lujuria me hicieron falta muchos años. Descubrí que lleva tiempo interrumpir esta programación y programarme a mí mismo para la realidad.

Cuando recurría a las técnicas citadas, me sentía artificial y forzado. No quería hacerlo; no me sentía bien. Trato de no confiar nunca más en esos sentimientos enfermizos; ellos son los responsables de que esté hoy aquí, de que me encuentre en esta situación.

Tomar algunas de estas medidas era como matar una parte de mi ser, ya que iban contra mis inclinaciones naturales. Pero descubrí que lo que necesitaba para alcanzar la libertad era declararle la guerra a mi forma antigua de pensar y de obrar. Tenía que llevar a cabo una serie de acciones, me apeteciera o no.
Me conviene tener siempre presente que no es la persona que está fuera la causante de mi lujuria y de mi malestar; soy yo. Esto trae a colación otro tema. La lujuria de la que quiero estar sobrio es la mía. Yo la convertí en lo que es. Soy adicto a la lujuria. Del mismo modo, soy una persona resentida e iracunda, una persona que juzga y condena, una persona miedosa. No existe cura para mí si niego, evado o tapo mis defectos. «Los secretos son la medida de mi enfermedad.»

Por otra parte, puedo vivir libre del poder que estos defectos ejercen sobre mí, si recurro a Dios en vez de a estas emociones negativas. De esta forma obtengo una tregua día a día, hora a hora, de esa prisión que es la lujuria, etc., siempre que mi actitud sea la correcta. Y lo es si trabajo los pasos y las tradiciones y voy a las reuniones, a muchas reuniones.

Al parecer Dios, al no extirpar de mi naturaleza la tendencia a la lujuria, al resentimiento, al miedo, etc, ha decidido no eliminar esa parte de mí en la que viven y surgen mis defectos.  Si lo hiciera, no tendría ninguna necesidad de Él, sería un autómata. De lo que se trata es de lograr una victoria progresiva sobre la lujuria. Yo mismo soy lo que podríamos llamar un pecador. Pero Dios, para transcender mis pecados, me suministra el poder del que yo carezco. ¡La victoria se produce a través de la gracia de Dios que se manifiesta en mi impotencia!

Esa es la bella paradoja de este programa: en y por mi impotencia recibo el poder -y el amor- que proceden de lo alto.

Y esa es la diferencia entre negarse a sí mismo y rendirse. La negación de mí mismo -el reprimirme- sólo me ha supuesto sufrimientos y fracasos. Reconocer lo que soy, rendirme y confiar en el poder divino me produce alivio, libertad y gozo.

La recuperación es un trabajo interno.

La lista de sugerencias que te ofrecemos para vencer la lujuria siempre estará incompleta, tan  incompleta como la lista de experiencias que recogemos en este libro. Cada persona que se mantiene sobria, a medida que su recuperación se enriquece, añadirá a esta lista en la que se refleja nuestra experiencia  colectiva aquello que le ha resultado útil. Nuestras vidas, tal cual son, son el verdadero libro, «conocido y leído por todos los hombres». A medida que el tiempo transcurre, descubrimos más cosas, y todo mejora. Ésta es la gran aventura de la recuperación de la adicción al sexo.

(del libro Sexólicos Anónimos, pág. 159-170. Copyright ©1998, SA Literature)