El primer paso consiste en una absoluta admisión de derrota. “Estamos vencidos” -decíamos-, “no podemos abandonar nuestras prácticas enfermizas”. La lujuria nos estaba matando. Pero es en esta admisión de nuestra debilidad donde recibimos un regalo inesperado. En la aceptación de la realidad, reconociendo nuestra enfermedad y asumiendo nuestro fracaso, fue como hallamos la esperanza. Era el comienzo de la capitulación; empezamos a caminar por la senda que nos conduce a la recuperación.
Empecemos por examinar las palabras que contiene el paso:
¿Qué significa admitimos? Muy sencillo. Yo solo no puedo. El “nosotros” reemplaza al “yo”. No bastaba con que yo admitiera que soy sexólico. Tenía que admitirlo contigo. Yo lo admito, tú lo admites, nosotros lo admitimos. Cuando admitimos nuestra impotencia ante otros, y éstos a su vez admiten la suya, ocurre algo especial. Reconociendo la verdad sobre nosotros mismos, disminuye el poder que nuestros secretos tenían sobre nosotros. Parte de la culpa y de la vergüenza se desvanecen, y comenzamos a ver con honestidad qué es lo que de verdad ocurre en nuestras vidas. Es ahí donde recibimos ese regalo.
¿Qué es aquello que admitimos? Admitimos que somos impotentes. ¿Qué significa “impotente”? Así lo describe un miembro:
“Mi automóvil se queda parado en mitad de la vía de un tren y no arranca. Me quedo encerrado en el vehículo. No puedo abrir la puerta; no puedo abrir la ventana. No puedo salir. Viene el tren. No tengo poder para evitar que el tren se lleve mi automóvil por delante ni tampoco para salir de éste y ponerme a salvo. ¿Qué es aquello sobre lo que no tengo poder? Ese tren que se abalanza sobre mí es la lujuria. No se trata de que yo sea impotente ante mis actos sexuales compulsivos. Soy impotente ante la lujuria.”
(Del libro Pasos en Acción. Primer Paso)