Me llamo Pablo, estoy casado y con hijos, vivo en España. Cada día me repito a mi mismo esta frase: ¡Qué bien se vive fuera de la adicción al sexo y a la lujuria!
Quisiera dar a conocer mi experiencia de recuperación de la adicción a la lujuria; algo que por la trayectoria de mi vida creía imposible y que en los últimos meses ha comenzado a ser una gozosa realidad. Adicción a la lujuria y no solo al sexo, creo que es la mejor definición de la enfermedad que tanto ha marcado ni vida y me ha hecho sufrir.
El primer contacto con la lujuria lo tuve a los 9 años, cuando otro chico me inicio en la masturbación; desde entonces ha sido mi compañera inseparable. Durante la adolescencia y juventud creía que era algo normal, inocente, nada reprobable.
Terminé los estudios, comencé a trabajar, me casé, y con los años la lujuria también fue evolucionando. Ya no solo se manifestaba con la masturbación, aparecieron las revistas eróticas, luego pornográficas, después las películas X de la TV, después los chat televisivos, en los que encontraba mujeres con las que compartir soledad, etc.
No tarde mucho en dar el salto a Internet, lo que allí se me ofrecía era un mundo fantástico lleno de posibilidades. Según pasaba el tiempo fui superando barreras que jamás creí que saltaría; empecé viendo pornografía un rato los fines de semana, y acabé viéndola cualquier día y durante horas; cada vez buscando cosas más fuertes o raras. Los contactos por chat, teléfono o webcam eran habituales y ya no solo con mujeres, me daba igual el género del interlocutor.
La primera vez que tuve un contacto real me quede horrorizado de mí mismo, pero a los pocos meses volví a repetirlo. Aunque cada vez experimentaba menos placer y más desesperación y angustia, por más que quería, no podía dejar de hacerlo, ni por miedo a contraer una enfermedad, a destrozar mi familia, a perder mi trabajo y mi prestigio, ni por nada.
Mi doble vida era un hecho y el deterioro de las relaciones con mi mujer y mis hijos también. Un día salió a la luz mi adicción, fue horroroso pero sentí alivio, quizá alguien podría ayudarme. Mi familia lo hizo y también los distintos profesionales que me trataron durante meses. Pero el problema tarde o temprano volvía a aparecer. Llegué a pensar que el suicidio era la única forma que había de acabar con esa tortura. Había sido y era un hipócrita, un mentiroso conmigo mismo y con los demás; no entendía nada. Había tocado fondo.
Mi fe religiosa me había sostenido en infinidad de ocasiones; aunque no entendía porque Dios no me liberaba de mi adicción por más que se lo pedía. Yo buscaba magia utilitarista, no sabía que El siempre respeta mi libertad y que sin una entrega total y sincera no puede actuar. Pero sí me escuchó y preparó el camino de mi curación.
Leyendo la web de un sacerdote argentino supe de un programa capaz de ayudar a los adictos al sexo; ese programa era el de “Sexólicos Anónimos”. Me sorprendió que no era confesional, ni religioso, ni de autoayuda, ni una terapia especial, ni nada parecido. Era un Programa de recuperación del sexolismo basado en los Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos. En ese momento no tenía ni idea de qué eran los Doce Pasos. Leí que era para aquellos a los que todo les había fallado, para los que no habían encontrado otra solución. Ese era yo, aunque en aquel momento ni siquiera era consciente de ello.
Sin mucha confianza empecé a leer e investigar…; pero hace dos años, ante una nueva situación crítica, decidí contactar con SA, no podía más. Me sorprendió que las personas que me atendieron entendían lo que me pasaba, y lo mejor es que me abrieron una puerta que yo ya creía cerrada: la posibilidad de recuperación. Me dijeron: El Programa funciona si lo trabajas, ve a todas las reuniones, busca un padrino, pon tu recuperación como lo más importante en tu vida, ríndete…
Ahora sé que soy un adicto, un enfermo, pero lo más importante es que ahora sé que hay solución para mí. Y para todos los adictos a la lujuria o a las relaciones románticas. Ciertamente Dios me estaba esperando aquí.
El camino de la recuperación no es fácil ni aparentemente cómodo, pero tengo que enfatizar que es posible hacerlo, eso es lo importante. No es cuestión de fuerza de voluntad, sino de reconocer la impotencia ante la lujuria y de confiar en un Poder Superior, en Dios, como yo lo concibo. En Sexólicos Anónimos me están enseñando a poner en práctica esto, a experimentar la felicidad de vivir sin estar sometido a la tortura de la lujuria. Día a día, paso a paso, las heridas se van curando y renace la esperanza. Ahora mi vida familiar y laboral, mi tiempo libre, la vivencia de mi fe religiosa y la forma de entenderme a mí mismo son muy distintas. No han cambiado los otros, estoy cambiando yo. ¡Qué bien se vive fuera de la adicción al sexo y a la lujuria!
¿Qué tiene Sexólicos Anónimos para que haya conseguido que en los dos últimos años mi vida haya dado un giro tan radical? No lo sé con certeza, o mejor, no sé teorizar sobre esto; yo solo puedo dar mi testimonio y decir que a mí, como a otros que están aquí, me ha funcionado. Yo no tenía solución. SA está siendo la solución, no solo a mi adicción, sino la solución radical e ilusionante para mi falta de proyecto de vida.
Repito una vez más ¡Qué bien se vive fuera de la adicción al sexo y a la lujuria! y añado, ¡Gracias a Dios por la nueva vida que SA me está dando!
Pablo, sexólico en recuperación.